Mary Jo

Tan importante como complicada, a día de hoy, es la educación del niño en el ocio. El principal problema que nos encontramos es el manejo o la dosificación del ocio fácil o del ocio pasivo. Dentro de estos términos podemos englobar dos conceptos diferentes pero complementarios. Podemos definir el ocio fácil como aquel que es muy accesible, cuyo paradigma principal es la televisión y al que últimamente se ha incorporado Internet. Este tipo de ocio no necesita de una gran implicación por parte del participante, lo que da lugar al otro concepto expuesto, que es el ocio pasivo. Aquí podemos establecer como característica principal la inacción total por parte del individuo, es decir, en realidad, aunque el individuo es el objetivo del ocio, su planteamiento, construcción y puesta en marcha o difusión es realizado por otros sin la participación del consumidor del mismo. Al igual que antes, existe un tipo de ocio que aglutina ambas características, la televisión. La televisión es un medio de consumo de ocio fácil, es decir, solo necesita apretar un botón y permanecer “inerte” delante de una pantalla para disfrutarlo y, a su vez, es un medio pasivo, puesto que los contenidos le vienen dados, prefabricados e incluso las programaciones, aunque informadas, le son proporcionadas sin posibilidad de elegir; como máximo, la elección es entre suministradores. Pero esto conlleva peligrosamente, la similitud entre programadores, así que lo único que le queda, que no es menos importante, es la decisión de no consumir.

El primer problema a resolver por parte de un educador o de un progenitor es “enseñar a elegir”. El educando recibe sin filtro alguno multitud de contenidos entre los que es incapaz de discernir tanto en calidad como en carácter nocivo. En este sentido, el primer paso del educador es exponer el abanico de opciones de ocio y educar en la diversidad, dando pie a multitud de opciones: deporte, lectura, compras, juegos, cine, televisión, etc., de forma que el tiempo se distribuya homogéneamente entre las distintas opciones y se aleje el fantasma de quedarnos siempre con el ocio fácil, como es el televisivo.

Por tanto, como primer paso y a pesar de que siempre se piensa en educar a los niños quizás habría que empezar por educar a los padres. La racionalidad en el consumo televisivo es algo que habría que empezar por los progenitores, que, al llegar a casa con sus hijos, procedentes del colegio, se encuentran con una ingente cantidad de tareas que atender y la mejor manera de que los niños no distraigan o no consuman el escaso tiempo del que disponen es enchufarlos delante del televisor; de esta manera la televisión se convierte en el canguro improvisado que entretiene y controla a los pequeños.

De igual manera, la irracionalidad del uso viene dada también por el factor compañía, es decir, hemos convertido al televisor en un miembro más de la familia que nos acompaña en la mayoría de los momentos que nos encontramos en casa. El televisor, en el adulto, ha sustituido al canturreo, a la música o a la radio, de manera que lo tenemos permanentemente encendido, ya le prestemos atención o no.

Fuente: http://cuentosparadormir.com
Por un lado, el principal objetivo educativo será buscar alternativas al uso del televisor. Normalmente, las familias, al final de la jornada se sientan a cenar delante del aparato con el propósito de compartir o disfrutar momentos televisivos. El momento de la velada no debería de ser un “anfiteatro” sentado a ver qué nos proporciona el orador de turno, sino que los progenitores deberían de ser activos en la búsqueda de actividades que llevar a cabo antes de dormir. En este sentido algo tan sencillo, barato y descansado como la pura conversación familiar, con el previo apagado del electrodoméstico, nos proporcionará un uso más racional. Charlas y conversaciones que pueden aprovecharse para poner en orden los asuntos del día, intercambiar problemas o risas e, incluso, hacer planes a corto, medio o largo plazo acerca de las actividades que puede llevar a cabo la familia. Esta actividad no es más que una más de la innumerable cantidad de opciones que existen y que se pueden llevar a cabo sin necesidad de usar el televisor: desde un sencillo o sofisticado juego de mesa (según gustos), cuya variedad es mayor que la propia parrilla televisiva, hasta un libro si lo que se desea son tareas individuales que nos relajen. Es más, ver la televisión es una tarea individual por antonomasia, porque se comparte en grupo el lugar, no la interacción.

En este sentido, podemos preguntarnos: ¿realmente disfrutamos del tiempo libre? Y lo que es más importante, ¿compartimos el ocio con nuestros hijos?

Por otro lado, los más pequeños se han acostumbrado al ritmo frenético de los adultos: son capaces de llevar un sinfín de actividades, siempre deprisa, saltando etapas y disfrutando cada vez menos de su tiempo de ocio. De hecho, hay quien opina que se están perdiendo lo mejor de la vida. A continuación os dejo una entrevista a Catherine L'Ecuyer respecto a su libro "Educar en el asombro", un libro pensado para que los pequeños puedan recuperar esos momentos tan esenciales durante su desarrollo.



Recursos:

Fuente imagen: http://2.bp.blogspot.com/
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